Perfumes indelebles

Hay olores que se meten bajo la piel y marcan.
Capaz que no le pasa a todo el mundo.
Será que uno al tener la vista con limitaciones, ha tenido que agudizar el olfato y el oído.
Sí, el buen oído es una de mis virtudes, junto al buen olfato.

Me es realmente placentero oler a alguien perfumado, o recién bañado.
O el olor a los bronceadores en verano y algunas cremas.
Cuando en las mañanas se huele a pasto cortado, o a las flores de primavera.
En las esquinas de diciembre el Jazmín del Cabo, anunciando las fiestas.
El aroma callejero de la garrapiñada y el maní en otoño.
A cuero y a auto nuevo.
El olor a asado en parrilla, en el cruce de Av. Italia y Bolivia.
La escencia a jugo de naranja y a frutillas. A ropa nueva.

Incluso hay olores que me evocan un momento en la vida o a una persona en particular.
El desodorante Etiquet, a cuando iba a la Asociación Cristiana.
A los coquitos de eucalyptus o sus hojas, en los insoportables bahos para sacar el asma en mi infancia.
El perfume O de Lancome me trae a mi tía Becky, y el Monarch a mi viejo.
Una Dr. Selby Nº 47 (creo) a mi abuela Ma. Inés, que me ponía un chorrito en la cabeza.
El inconfundible aceite de copaiba, de las pinturas de porcelana de la Tata.

Es una pena que con los años, se vaya perdiendo esa capacidad de disfrutar de todos los olores.
Pero igual, es claro que hay perfumes que se tornan un lugar, una situación o una cara indeleblemente...