Hablame que me gusta.

Me topé hoy en un blog que sigo, con unas frases exquisitas en medio de un diálogo, donde un tipo estaba implorándole a su amor que volviesen a estar juntos: “No hay nada que me guste más en el mundo que hablar con vos. Cuando hablamos pasa algo, que vos me vas a entender aunque suene raro… la conversación tiene brillito”.

Me encantó.

Recuerdo que una de las primeras cosas que noté del Cuervo cuando lo conocí, fue que me gustaba cómo nos comunicábamos y me hacía reír. Y no porque me hiciera un chiste de Jaimito, y yo largara el ja ja ja hasta doblarme de risa. No. La cosa era que hasta en los detallitos más chiquitos, las palabras que intercambiábamos, tenían un entendimiento mágico con mi intelecto, y se desperdigaban saltarinas en cada rincón de mi cerebro. Es como una risa contagiosa, un idioma único que existe desde siempre entre dos. Son palabras subliminales con efecto secundario. Un diálogo que se saborea con el corazón.

En las relaciones amorosas, con quienes podemos hablar de esa manera o reír sintonizados con el mismo humor, se siente una corriente eléctrica única que lo enciende todo.

Esta identificación idiomática me lleva a pensar, con qué pocas personas en este mundo me sucede esto. Además del Cuervo, me pasa con mi amiga Marga o con mi hermana Chechu, y poquísima gente más, que aparte del diálogo verbal hay una carga de miradas, silencios, risas, sobreentendidos y onomatopeyas colmadas de significados.

Qué revelación el conocer gente con la que tenemos esta comunicación, especialmente un amor, porque hace darnos cuenta de la diferencia. Ya no hablamos solos.