Ni me digas

¿Porqué rebuscaremos tratando de saber esas cosas que en realidad no nos las bancamos saber, cuando son adversas?

Tratamos de satisfacer esa curiosidad natural insaciable, que oscila entre lo inconveniente y lo digno. Yo he dicho en alguna oportunidad: “Si tengo cáncer, me lo dicen, eh?” o el "Si me tiene que ir mal, que me vaya. Vamos a terminar con esta agonía”. También he oído: "Si no me quiere, quiero desasnarme de una vez”, o el “Y si pierdo el examen, me la banco”.

Hay dos mitades en uno que se complotan y arman una guerra de sentimientos contradictorios. Ambas pueden tener razón. Mientras husmeamos, mientras esperamos y todo está en el plano de las suposiciones, la parte naif opina: “Claro que vas a salvar el examen. Si vos sabés” y la otra, la más dura, te escupe un ”Mirá, si salvás es de pedo, porque no estudiaste nada. Y además, seguro que tenés 2 de 3 ejercicios mal, turra.” O en un ejemplo más romántico, escuchamos susurrar al corazón: “¿Cómo no te va a querer? ¿No te das cuenta cómo te mira? ¿Las cosas que te dice?”, frente al “No. No me doy cuenta, así que no inventes. Si para él/ella no existo. Dejate de espejismos”.

Pero, cuando llega la dura verdad que no queríamos saber, cuando toma cuerpo a través de palabras o gestos, que viajan a los oídos y estallan como una escopeta que rompe los tímpanos, y continúan su viaje instantáneo, en un lugar entre el corazón y el estómago, explotan. Es un certero golpe asesino, que por unos instantes te convierte en una piltrafa inútil, y que desnuda completamente ese compartimiento secreto que odiamos de nosotros mismos, que nos avergüenza, que no mostramos a nadie. Esa voz negativa, oscura y triunfal, ríe como un fantasma que anuda la garganta con cuerdas de angustia, y aprieta y no deja pasar el aire, atragantando el alma. Es de esos momentos asesinos, que toda la vida podremos revivir con facilidad.

La pregunta es: ¿porqué creeremos previamente, que nos bancaríamos saber algo que te deja resquebrajado?